Para realizar esta actividad
usamos dos sesiones, en las cuales analizamos el ejemplo de la Historia de vida
de Julián para poder desarrollar por nosotros mismos la de nuestros compañeros.
He identificado las diferentes partes en la historia de vida de Julián sirviéndome
estas partes como base para realizar la mía.
GAMELLA, Juan F. (2007): La historia de Julián. Memorias
de heroína y delincuencia. Madrid: Editorial Popular, 3ª edic.
La historia de Julián es un relato autobiográfico de los años de adolescencia y juventud
de
un delincuente madrileño. Abarca desde 1977, siendo Julián estudiante de bachillerato
hasta 1987, cuando ya era un padre de familia, con preocupaciones y responsabilidades de adulto.
En esa década, Julián vivió intensamente realidades de las que la mayoría de los ciudadanos sólo tenemos una vaga noticia y nos ofrece aquí su
visión
directa de esa experiencia.
Su percepción de lo ocurrido, sus valores y sus motivos, se alejan bastante de
los que
se le supondrían desde una mentalidad diferente. El objetivo primordial
del
libro es precisamente
éste: mostrar cómo ven su propia
vida esos “otros expertos”, casi nunca escuchados en el discurso público. Es necesario conocer esa realidad. No sólo por su valor cultural intrínseco, sino
también
porque sin saber
cómo piensan y sienten
esos muchachos, no
se
puede pretender influirles o ayudarles adecuadamente.
Julián es un representante cualificado de una profunda transformación sufrida por un sector
de
la sociedad española, en la que pautas de comportamiento previamente minoritarias o desconocidas
se
han popularizado hasta
constituir
algo cotidiano,
casi trivial de muchos barrios y ciudades. Es ilustrativa porque en ella se aprecian todas las fases de ese nuevo tipo
de
carrera delincuente. La autobiografía permite mostrarnos cómo las cosas han llegado a ser lo que son. A través de la narración podemos acceder a un tipo de comprensión, complementaria, pero no necesariamente opuesta a la que ofrecen
explicaciones causales,
funcionales o estructurales. Quizá
por
eso, tras varias décadas de
abandono, la importancia de
los documentos personales
vuelve a
ser reconocida
en
las Ciencias Sociales.
Julián nación en 1962. Es el segundo de los tres hermanos de una familia obrera. Su
padre es encofrador y lleva casi treinta años trabajando en una gran
empresa de construcción, donde está muy considerado. Su madre se dedica a las tareas de la casa. La familia vive en un
piso de su propiedad de unos 50 metros cuadrados y tres dormitorios diminutos en la zona
Norte de
Madrid, una gran vaguada que se extiende desde la carretera de Colmenar hasta la Dehesa de
Villa y desde la carretera de la Playa hasta la cornisa de La Ventilla. (9)
Este es el territorio de la
“peña”, ese grupo informal de jóvenes disociales al que Julián pertenece y cuyos miembros proceden de diversos barrios, unidades de interacción social que no concuerdan con
ninguna
división administrativa. Su hermano es biólogo, culminó sus estudios con buen expediente y después consiguió una beca para proseguir
estudios en Inglaterra.
Actualmente trabaja en una empresa multinacional. La hermana estudia COU. La familia de Julián
es una familia integrada, con las dificultades comunes a
las familias españolas
de
nivel medio-bajo.
(4)
La historia de Julián no es un caso aislado, sino que es representativa de un
notable fenómeno de cambio social en la España contemporánea: la extensión
masiva entre un sector de jóvenes (16 a 25 años) de pautas de conducta previamente desconocidas o minoritarias en nuestro país, que han
llegado a configurar una nueva realidad subcultural, un
nuevo estilo de vida.
Dos procesos
interdependientes han sido esenciales en esa
forma
de vida:
- La escalada de una pauta de delincuencia juvenil innovadora en la sociedad española tanto por los individuos involucrados como por el tipo de delitos cometidos. Ese nuevo tipo de
delincuente y de delincuencia se ha desarrollado masivamente en nuestras ciudades desde
1977
y 1978.
- La expansión masiva de pautas de consumo de drogas previamente desconocidas en nuestro país, entre las que destaca el uso intravenoso de heroína y cocaína, que en unos años (1978-1984) alcanzó en España
dimensiones epidémicas. (2)
El primer proceso ha afectado mayoritariamente a
estratos trabajadores
tradicionalmente
respetuosos con la ley y, dentro de ellos, a los nacidos entre 1957 y 1964. A los “reclutas” que se iniciaban
en las nuevas prácticas, algunos grupos excluidos y delincuentes preexistentes les
sirvieron como referencia y les proporcionaron
muchos de los elementos de la
nueva
subcultura. (1,2 y 4)
La “carrera” de esos nuevos delincuentes ha
incorporado delitos
propios
de una
sociedad urbana de consumo y de servicios, que se han movido crecientemente hacia formas de apropiación más eficaces y arriesgadas como, por ejemplo, los atracos a bancos19.
Una
vez creado ese modo de vida alternativo, nuevas
cohortes de jóvenes se han
venido involucrando en comportamientos que rompían con el modelo de vida aceptado en sus familias y que
contradecían los
valores en los
que fueron socializados.
Para
esas
nuevas
quintas
de delincuentes nacidos después de 1964, ni la heroína ni la cocaína eran ya algo foráneo; existía
una “tradición” previa y un considerable número de practicantes
en su comunidad. (4 y 5)
La historia de Julián indica también cómo la expansión
masiva de la toxicomanía callejera comenzó en nuestro país en 1978 y 1979, y cómo esa expansión cambió el perfil dominante del heroinómano español. Los pocos casos que existían antes de esos años solían ser jóvenes
de clase media o alta, con
cierta
ideologización
contracultural o alternativa, que
habían viajado al extranjero y aprendido fuera las nuevas técnicas o se movían en
entornos donde existía esa experiencia cosmopolita. A
partir de 1979, sin embargo, comenzó a ser
desproporcionadamente mayoritaria en nuestro país un
heroinómano joven, de estatus socioeconómico bajo o medio-bajo, de nivel cultural limitado y con expectativas educativas
y profesionales reducidas. Es notorio además, con el paso del tiempo, cómo la
infección por
VIH/SIDA y sus secuelas, que eran una nota a pie de página en 1987, se han
convertido en
la mayor tragedia derivada de las nuevas
pautas de consumo de drogas.
(2)
Así pues, conviene leer la historia de Julián a la luz
de
las condiciones presentes en la sociedad
donde esos hechos
se produjeron:
- La explosión natalicia de los primeros sesenta, que produjo entre 1978 y 1984 un máximo relativo de jóvenes en
la población española.
- La crisis económica (recesión y desempleo masivo) que coincide en España con la transición
política
y con la extensión del consumo de masas.
- Las transformaciones sociales y culturales producidas por
la transición política.
- Otros muchos factores, como las profundas
variaciones en la legitimación de las
fuerzas de control social, la paralización de una justicia mal dotada o el equívoco tratamiento de los medio de comunicación. (6)
“Esta es una historia real que me ha ocurrido y
que me gustaría que sirviera
a otra gente que tiene el
mismo problema que yo. Todo empezó en el verano
del setenta
y siete.
Yo tenía quince años, había suspendido
primero de BUP y me puse a trabajar en un restaurante. Paraba con unos amigos de mi hermano,
todos mayores que yo y muy sosos.(8)
Con la excusa de que no tenían dinero no se movían,
de tarde en tarde iban al cine y muy pocas veces a bailar. Cuando salía de currar me reunía con ellos en
un bar del barrio. Pero me aburrían. Y
un día, en ese bar, me presentaron al Ángel, que era primo de
uno de los amigos de mi hermano.
El Ángel era distinto.
Vestía al estilo macarra, con pantalones ceñidos, zapatos de tacón y cazadora vaquera. Enseguida nos entendimos. Él me contó cosas de su peña, que iban
a una discoteca y siempre
había peleas a navajazos. Yo le conté
un montón de mentiras; le dije que iba con el Nájera y con la vasca del Poblado, que chorábamos tiendas, que nos pegábamos
contra otros barrios, y también que me había escapado
del reformatorio cuatro veces. Un
domingo me fui con él a su barrio detrás del Pilar. (7)
Allí estaban con sus amigos, todos con pinta de malos.
El Ángel les había hablado de mí y me aceptaron
sin
problemas. Nos fuimos a dar una vuelta por Saconia y los peritas que
les conocían, cuando pasábamos, dejaban de hablar y miraban con cara de asustados.
A mí me gustaba aquello y
desde ese día empecé a parar con
esa gente. Por las tardes, cuando
yo estaba solo, iban al
restaurante y
nos emborrachábamos. Nos gustaba ir a una discoteca en la que paraban mucho s peras y como casi
nunca llevábamos dinero, empezábamos a pedir a los que pasaban, que nos lo daban de mala gana, porque no querían problemas.”
(5 y 11)
“Cogíamos tres o cuatro coches cada tarde yo ya conducía regular. Una tarde, estaba sentado en las
ventanas cuando vi venir al Afri, detrás de una señora.
Al llegar a mi altura, me dijo: vente, niño. Y le
seguí, sin saber dónde íbamos. Cuando pasamos a la señora, le quitó el bolso de un tirón. Yo no me lo
esperaba y me quedé flipao. Como iba detrás de él, cuando dio el tirón yo estaba junto a la señora, que se lanzó a por mí. La esquivé,
salí corriendo, y cuando alcancé al Afri nos escondimos en unos pisos en
construcción.” (5)
“Llegó el día en que tenía que conocer la cárcel. Yo ya me había hecho a la idea de ir, no me importaba. Esa
misma noche nos subieron
a Carabanchel. En el canguro seríamos unos veinte tíos, esposados de dos en dos. El canguro era un furgón gris, sin ventanas, separado en dos partes por una pescadera. Delante
iban dos maderos. Varios de los que subían ya llevaban años de talego.
Habían bajado a Las Salesas para algún juicio, y subían con condenas
de veinte o de setenta años *…+ Hacía tan sólo unos días que
había sido el último motín, uno de los más duros que ha conocido
Carabanchel. El reformatorio
o estaba destrozado, por eso a los menores nos
metían en cualquier galería. A mí me tocó la séptima,
la peor de todas, donde estaban los
más peligrosos: asesinos, violadores, gente con condenas
muy altas y a quienes
no les importaba matar. Yo estaba un poco cortado, porque era un mundo que no conocía.”
(13)
“Enseguida me gané la amistad de más gente y pasamos
unos días da buten. Era a finales de mayo y el tiempo
era muy suave. Nos hacíamos motos y nos íbamos
a la playa. Nos bañábamos, nos tumbábamos al sol o montábamos
nuestras peleas. En
poco tiempo conocí a tó la
peña de por allí. Para comer íbamos
a las huertas con las motos y nos poníamos hasta arriba de fruta *…+ Fumábamos, hablábamos… y nos
daban las cuatro o las cinco de la mañana.
Para desayunar, nos íba mos a un mercado que quedaba cerca y con una llave de fuagrás,
una marquesita, abríamos las furgonetas del reparto
y nos llevábamos cajas de leche, o de bollos, o de yogures. Cuando nos cansábamos
de comer, nos lo tirábamos unos a otros. Nos lo pasábamos de puta madre.” (5,10 y 12)
“Por la mañana nos encontramos al
Melón en los billares. El Melón era un colega que había ido con nosotros al colegio hasta que se marchó a Móstoles. Hacía poco que él y su hermano
habían vuelto con su abuela, que seguía viviendo en el barrio. Nos enseñó una cosa que traía:
unas ampollas de sosegón y pentazocina. Compramos jeringuillas y nos fuimos a los arbolillos. Yo era la primera vez que me iba a inyectar.
Rompí la cabeza de una de las ampollas,
y con
la jeringa cogí el líquido transparente. El Melón
se
encargó de ponérmelo, en la vena del brazo izquierdo.
Ná más metérmelo me dio una especie de mareo y empecé a cambiar
la libra. El Nájera y el Melón también se lo pusieron. Esa misma tarde nos fuimos los tres a San Blas y con el dinero del chalé compramos
un cuarto de heroína y medio de coca.
Pagamos once mil pelas. Nos empezamos
a picar por allí mismo, y joder, qué pedo nos dio. Íbamos
doblaos. Yo me perdí y todo. Cuando ya no podíamos
más nos fuimos a un baile donde había travestis y
luego
a echar un polvo a
la Costa Fleming.” (4, 7, 13, 12 y14)
“Poco a poco me había ido convirtiendo en un especialista en la materia. Muchos que al principio me
daban de lado por novato, ahora, al enterarse que
montaba, querían venirse conmigo donde fuera. Los
que venían conmigo veían en mí un apoyo que no veían en los demás. Y al conocer la
droga dura, mi personalidad
cambió mucho más de lo que yo había cambiado. El primer año sólo robaba sin fuerza
apenas, pero ya últimamente
me daba lo mismo todo, menos matar. Fue una esca lada:
coches, tirones, panaderías… usando cada vez más la fuerza y la violencia. Aunque a mí, la verdá, lo que
más me gustaba era esparramar. Esparramar pisos, chalés, mansiones… Había días que nos hacíamos
seis y siete chalés.
Empezábamos a las diez de la mañana, y hasta las cinco de la madrugada del día siguiente no volvíamos
al barrio, con dos coches cargaos. Televisiones,
equipos de música, cámaras… luego,
los vídeos. Hay
mucha gente honrada por ahí que tiene televisiones en color y
vídeos míos, made in Julián,
apalancaos.” (4, 5, 10, 11,12,
13, 14)
“Tenía ganas de cambiar.
Pero es difícil, tío; es difícil y es fácil. Es sólo querer, pero hay un montón de trampas. En la heroína hay un montón de
trampas. Quitarte la aguja no es lo difícil, si estás para
quitártela. Te piras de tu rinchi, te vas a hacer un viaje por ahí y te quitas
de la
aguja. Pero cuando te crees más seguro, a los dos o tres meses, tienes más mono que el día que te sacaste la aguja.
¿Por qué? Porque no conoces otra historia. Y aunque la
conozcas, no llegas a ella; te has metío
tan profundamente que no llegas. Yo ya lo había
dejado dos veces *…+ pero cuando
vuelves al barrio, andas, ves, hueles y de
golpe te viene todo a la cabeza,
todo lo que te hizo caer. Y la gente te recibe:
“¡Coño, Julián!”, y te
sientes llamado. Sigue siendo tu gente, tu única gente. En el barrio volvería
a caer. Allí no encuentras lo
que te hace falta.” (1, 5,
10, 11, 14)
“Y no fue la cárcel lo que me hizo cambiar. Para mí eso del escarmiento no funciona. Ni ahora, ni antes, ni nunca.
La cárcel
no te
hace pensar: “ay, cuando salga seré bueno”. La cárcel es
un modo de vida igual que cualquier
otro. Sólo es acostumbrarte. A nadie le
gusta estar allí, pero si llega el día, te lo planteas y hala,
pa´lante. Es un engranaje; en el momento
en que te metes en él y vas d ando vueltos, se acabó,
funcionas. La cárcel es una máquina de pasar tiempo y no te puede ayudar, jamás.
Lo que te hace cambiar no es la cárcel. Es la movida de fuera, es tu coco, eres tú. Es coger y pensar:
estoy harto. Estoy
robando, ¿para qué coño, para qué? Para nada. Tengo ganas de
caballo, lo consigo y ¿qué? Ya estoy
pedo, y ahora ¿qué? En el momento que te has metido el chute, a empezar
otra vez. Y mañana tienes
que salir
a buscarte la vida de nuevo, incluso
esta misma tarde. Y piensas “pero si lo que yo
quiero hacer es otra cosa”. Y te empiezas a acordar de todo lo que
habías dejado atrás.” (7 y 14)
No hay comentarios:
Publicar un comentario